Si os gustan las cuevas, lo más seguro es que hayas visitado Altamira o El Soplao, ambas en Cantabria y famosas internacionalmente. Sin embargo, existen otro tipo de cuevas menos conocidas pero llenas de originalidad que merecen ser visitadas.
Hoy os contamos nuestra experiencia en la visita a la Cueva de los Enebralejos, en Prádena (Segovia), a unos 100 km de Madrid. Hemos hecho esta visita en familia, con nuestros tres hijos, y en el grupo de la visita guiada había además cuatro o cinco niños y niñas pequeños, entre cinco y diez años, así que pudimos probar bien lo que supone recorrer esta cueva con gente menuda.
Un poco de historia sobre el origen de Los Enebralejos
Esta cueva fue descubierta en 1932 por tres hombres del pueblo de Prádena que, al cavar un pozo, horadaron una de las galerías. Por la comarca circulaban leyendas sobre la existencia de una cueva que, en tiempos de los Reyes Católicos, había mandado tapar la Inquisición, porque en ella se escondían judíos, pero nadie sabía la ubicación exacta de tales cuevas y si realmente existían.
Hasta los años ’60 del siglo pasado no se excavaron bien y se investigó su interior por parte de espeleólogos y arqueólogos. Ellos hicieron un mapa de sus galerías y descubrieron que había sido utilizada 4.000 años antes por hombres prehistóricos que se sirvieron de ella como un lugar de enterramientos, una necrópolis o cementerio. De esas investigaciones se obtuvieron restos humanos fosilizados, cerámicas, objetos diversos del ajuar funerario e incluso restos de alimentos, que hoy en día están expuestos en museos como el Arqueológico Nacional o el Museo Provincial de Segovia.
La cueva de Los Enebralejos se formó al filtrarse el agua e ir disolviendo la roca calcárea de la que está formado el terreno (es decir, es de origen kárstico). Tiene unos 4 kilómetros y tres niveles, pero lo que se visita son apenas 400 m del nivel central. Se trata de galerías con distintos tipos de formaciones, estalactitas y estalagmitas, y de fácil acceso, aunque es cierto que en algunas zonas los más altos tienen que andar agachados para no golpearse en la cabeza.
Hoy, la cueva de Los Enebralejos es una cueva protegida, accesible con visita guiada y que se puede conocer de una forma muy amena gracias al excelente trabajo que realizan los guías. La visita dura unos 45 minutos, aunque, en realidad, por la pequeña extensión se podría hacer en mucho menos tiempo; sin embargo, las explicaciones de los guías, sus chascarrillos, las bromas que hacen a los más pequeños, el interés que ponen en que se entiendan los aspectos geológicos y arqueológicos de Los Enebralejos… todo ello hace que el tiempo sea algo menos de una hora y que además se pase volando.
Nosotros visitamos la cueva de Los Enebralejos hace algunos años, antes del coronavirus, por lo que puede que la visita haya cambiado. Si os decidís a visitarla ahora, después del coronavirus, os recomendamos consultar la web de Los Enebralejos para obtener información actualizada.
Así es la visita a la Cueva de los Enebralejos
Puedes comprar las entradas por Internet en la página web de Los Enebralejos o, si no, hacerlo allí mismo al llegar. Te informarán de la hora de la siguiente visita guiada y, mientras, puedes ver un audiovisual sobre los asentamientos prehistóricos y cómo vivían los seres humanos en aquella época. También hay una pequeña exposición explicativa de la cueva, de cómo fue utilizada como cementerio (quienes habitaron en esa zona vivían en superficie, nunca utilizaron la cueva como casa).
Si vais con niños pequeños y tenéis que esperar un rato, os aconsejamos que los llevéis a los columpios que están junto al parking. Al otro lado de ese aparcamiento se encuentra una reproducción de un poblado como el que seguramente existió aquí en la Edad de los Metales. A esta instalación sólo se puede asistir en grupo y solicitándola antes (los colegios que la visitan realizan allí algunas actividades).
Llegado el momento de entrar, el guía reúne a todo el mundo, les explica las normas (no tocar nada, no dejar en la cueva ningún tipo de resto orgánico o inorgánico, no comer… etc.). A la cueva hay que bajar en fila india y el guía se gana de antemano a los más pequeños y consigue que se porten bien e incluso que le ayuden (llevando la linterna con la que apunta a algunas formaciones específicas, por ejemplo).
En los 400 metros que se visitan, hay como tres salas. En el primer tramo todo el techo y las paredes están negras, a pesar de que la roca calcárea es blanca: es debido a que los hombres que entraban en esta cueva —para sus ritos funerarios y sus enterramientos— usaban antorchas y hacían fuego para alumbrase, aprovechando la madera del árbol que entonces más abundaba: el enebro. De hecho, se trata de una madera muy aromática, lo que permitía aliviar el olor de la carne muerta.
Pronto aparece el primer enterramiento: un hueco cavado en el suelo con forma de campana en cuyo interior depositaban los restos de sus difuntos acompañados de vasijas con objetos personales y comida para el más allá. Muy cerca, un esqueleto (de plástico y de nombre Fermín, según nos indica jocosamente nuestro guía) yace para mostrar cómo dejaban a los muertos hasta que la carne desaparecía y sólo quedaban los huesos, que era lo que enterraban.
Más adelante descubrimos —y vemos con la ayuda de una linterna y de un espejo— la pintura rupestre que representa a un cazador con una lanza y, más difuminados, dos cuadrúpedos, probablemente ciervos. Esa figura es la que sirve de símbolo y logo a la cueva (está presente también en el uniforme de los guías y en toda la publicidad de Los Enebralejos). Un poco más adelante, junto a otros enterramientos, toda una pared aparece llena de incisiones y grabados cuyo significado se desconoce, aunque parece claro que están relacionadas con los ritos funerarios.
Uno de los encantos de esta cueva es el río subterráneo que se forma cuando llega el deshielo (normalmente desde febrero hasta marzo), pero que desaparece el resto del tiempo. Y luego está, como en todas las cuevas, ese momento en que el guía te hace ver en las estalactitas y estalagmitas formas imaginadas: el gran dragón que te mira desde la altura, el búho, la madre con el niño, el belén con sus Reyes Magos… De entre todas, destacamos tres que no os debéis perder: las palmeras (dos largas columnas, una oscura y otra blanca), el huevo frito (un comienzo de estalagmita que no habíamos visto en otras cuevas) y la pared de colores, donde se unen en una sola colada los tonos procedentes de la disolución de diversos minerales: amarillo (azufre), naranja (hierro), verde (cobre), azul (zinc)… es una preciosidad.
Fotos de la Cueva de los Enebralejos
En esta pequeña galería de fotos podéis haceros una idea de cómo es la visita a este enclave arqueológico prehistórico:
Dónde está la Cueva de los Enebralejos
La Cueva de los Enebralejos está en el pueblo segoviano de Prádena, a una hora de Madrid. Una vez llegados al pueblo, por la N-110, sólo hay que seguir las indicaciones. Justo delante de la cueva hay un aparcamiento gratuito y también un área infantil con columpios para que los niños no se aburran si hay que esperar un poco para entrar.
Horarios y precio de las entradas a la Cueva de Los Enebralejos
Las cuevas tienen un horario diferente en verano y en invierno y cierran todos los lunes:
- De martes a viernes: 11:00, 13:00, 16:00, 17:00 y 18:00.
- Sábados, domingos y festivos: 11:30, 12:00, 12:30, 13:00, 16:30, 17:00, 17:30, 18:00, 18:30 y 19:00.
Las tarifas son de 6,20 euros para la entrada general y de 5 euros para niños de 4 a 10 años y para jubilados. Los niños menores de 4 años entran gratis. Puedes comprar las entradas a la cueva de Los Enebralejos por internet o allí mismo, al llegar.